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Home Maximum R The Cambr 0877 Ch09 Niewolnica

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menos o más, los ojos abiertos del corsario muerto iban clavados en mí
observándome con mirada glacial. Veía la fibrilación de las venillas rotas
sobre las pupilas pálidas e indignadas. Empecé a insultarlo para desahogar la
furia que me ahogaba.. ¡Maldito falsario... vas a pagarme la cuchillada de mi
sangre... Voy a hundirte en el cuerpo un bastón de hiechame....
Nada. Ni el más leve parpadeo. Los ojos turbios del muerto se iban
hinchando, ya salidos de las órbitas, perdido ya su color de porcelana azul.
Empecé a pensar otra vez en la arena como una manera de escapar a la
siniestra magia de esa mirada que me interpelaba desde el frío del agua,
desde lo oscuro de la muerte en la que también yo sentía que me iba hun-
diendo a cada remada, de suerte que ya éramos un ahogado y medio. Probé a
despojarle de la escafandra flotante para vestírmela y desembarazarme del
cadáver. Hubiera sido más fácil arrancarle los dientes. Quedéme
intensamente quieto un instante interminable hasta recuperar el aliento. En
un fogonazo reconocí enel muerto flotante sobre el que yo iba montado al
mismísimo Guillaume de Casenove, el almirante gascón, comandante de las
naves piratas, mi pariente, con el que hice mis primeras armas de navegante
predatorio.
Contemplaba el inmenso cadáver del almirante prensado entre mis
piernas, y pensaba: este desdichado ya ha vivido todo lo que amaba y
odiaba. La eternidad ha caído de golpe sobre él. Lo ha llenado por dentro.
Lo ha inflado de gases mortuorios, de silencio. Lo ha salvado. Ya no puede
recordar nada porque la eternidad no tiene memoria. La temida muerte no es
más que este mudo e insensible despojo. En lugar de temerla, los seres
humanos deberíamos desear y amar la muerte puesto que su delgadísima
frontera nos separa para siempre de la cruel obsesión de recordar y de soñar.
Ah muerte, suelo apostrofarla, no puedes despojarme de lo ya vivido aunque
no sea más que infortunios y adversidades, sin excluir, por cierto, la idea fija
que me atraviesa como un bastón de hierro.
Mientras navegaba a caballo sobre el cadáver del francés la arena me
agobió de nuevo con una representación semejante a una pesadilla. No
estaba dormido de cansancio. Sólo mis brazos lo estaban. La humedad del
agua me calaba hasta los huesos. Nada podía hacer para que aquello cesara.
Sólo mi sensibilidad al dolor había cesado. Deseaba, por el contrario, que
esa escena irreal continuara hasta la extenuación final de mi ser, hasta la
consumación total del mar, del universo. Veía la pesadilla realizarse ante
mis ojos. Y una mirada más honda veía que la arena comenzaba ahora a
luchar contra el mar y que podía dejarlo enjuto.
Desde las ampolletas del reloj fluía un torrente de arena que fue
aumentando pausadamente pero también a gran velocidad como si la
maquinaria del tiempo se hubiese descompuesto. En incesante y creciente
movimiento se volcaba la arena desde lo alto en una avalancha de partículas
infinitesimales. Catarata de agua seca. Penetraba por todas partes pero
convertía todo lo que tocaba en una materia seca y movediza. La inundación
de arena crecía en un lento pero inexorable turbión que acabó devorando
todo lo que encontraba a su paso. Devoró el cadáver. Me arrancó el remo de
las manos. Sentía que me comía el rostro, el cuerpo, la voluntad, el ánima.
La arena devoraba el mar y lo reemplazaba con una materia más
sólida que el agua, pero a la vez más fluida e inestable. Me encontré
sumergido en el oleaje de ese mar seco que fue sofocando mi respiración,
sin que pudiese aferrarme a nada. Me abandoné por completo al movimiento
de la arena que me llevaba arrastrado hacia alturas y profundidades
desconocidas. Quise tocarme el rostro pero ya no tenía manos. Mi rostro, mi
cuerpo entero habían empezado a diluirse, a desintegrarse y mezclarse con
la arena. Todo el mar era un desierto de arena que seguía moviéndose en un
pesado y lento oleaje semejante al de las dunas batidas por un viento duro
hecho de lija.
Sentí de pronto que mis pies tocaban fondo. Recobré el conocimiento.
Me encontré varado sobre una playa, siempre abrazado al cadáver,
endurecidos los dos, solidificados por el frío y la humedad. Me pareció que
estaba cayendo la noche sobre un paisaje sin formas ni relieves. Pensé en
árboles. No vi ninguno. Sin poder hacer el menor movimiento, como
embutido en una funda de goma, me dejé caer de nuevo en el pesado sueño
del cansancio.
No sé cuánto tiempo transcurrió. Con el sol alto desperté. Solté con
repugnancia a mi compañero muerto que parecía tallado en piedra. Mi tío, el
pirata francés, era más duro que un pedazo de mampostería. Hurgué sus
bolsillos, sus ropas. Lo desnudé por completo. En un retazo de vela, colgado
entre las piernas de un cinturón lleno de monedas de oro, llevaba un saco de
cuero. Adentro había un verdadero tesoro en joyas y piedras preciossas:
esmeraldas, diamantes e un estrañíssimo metal de alquimia. Collares,
braçaletes, cinturones constelados de oro, perlas, esmeraldas, diamantes, un
cinturón de castidad gastado por el uso, un impoluto portasenos de oro puro
que simulaba dedos finísimos como patas de araña para ser prendido sobre
la clámide, y una aguja también de oro para zurcir virgos, larga de un jeme y
con la punta roma. Enfundada en los testículos, encontré una media máscara
de oro, calcada de la que usaba la reina Nefertiti, según se ve en los
grabados antiguos, durante sus amoríos con Octavio en Roma.
Calculé que había allí más de un millón de ducados. Guillaume de
Casenove, mi tío, había sido inmensamente rico, y yo lo estaba heredando
en ese momento. Tendí mis ropas al sol cuyos rayos también secaron y
calentaron mis escarchadas carnes, mientras contemplaba como un
sonámbulo el brillo de las monedas y el fulgor de las joyas sobre la arena.
Giré la vista en todas direcciones sobre la desierta playa. Como vi que ni si-
quiera pasaban pájaros me ceñí el paño con todo su contenido en el sitio
recoleto que había elegido el almirante pirata. Donde fueres haz lo que
vieres. Me ajusté de nuevo el cinturón. Vestime las ropas del muerto, y [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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