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Tahití le cambió totalmente la cara. Se notaba que estaba intentando recordar y era una delicia
observarle mientras pensaba. Sí, había estado en Tahití, y empezó a añadir nombres de otras islas
como Titihau, Rangiroa, y Fakarava, por lo que tenía que haber navegado hasta las Tuamotú, sin
duda como tripulante en una goleta comercial.
Tras nuestra breve navegación, cuando regresamos a bordo me preguntó por el destino del
Snark, y cuando le mencioné Samoa, Fidji, Nueva Guinea, Francia, Inglaterra, y California en su
correcta secuencia geográfica, dijo «Samoa», y mediante gestos nos dio a entender que quería
venir con nosotros. Fue difícil explicarle que no teníamos espacio para él. La expresión «petit
bateau» finalmente lo resolvió todo y, de nuevo, la sombra de disgusto que pasó por su rostro fue
Librodot El crucero del Snack Jack London
seguida por una sonrisa de resignación y no tardó en repetirnos la invitación de que le
acompañásemos a Tahaa.
Charmian y yo nos miramos. Todavía nos duraba la emoción del paseo en canoa. Decidimos
olvidarnos de las cartas que debíamos franquear en Raiatea y de los funcionarios a los que
teníamos que visitar. En una lata de galletas metí los zapatos, una camisa, un par de pantalones,
cigarrillos, cerillas, y un libro para leer; la envolví con un encerado, y nos deslizamos por un
flanco del barco para subir a la canoa.
Cuando el viento empezó a hinchar la vela y Tahei y yo nos disponíamos a ocupar nuestras
posiciones sobre la batanga, oí a Walker que me gritaba:
-¿Para cuándo te esperamos?
-Ni idea -le contesté-. Cuando volvamos, lo antes que pueda.
Y allá nos fuimos. El viento había ganado fuerza, y con las escotas amolladas podíamos correr
por delante de él. El francobordo de la canoa no superaba los seis centímetros, y las pequeñas olas
constantemente nos entraban por el costado. Por lo tanto, había que achicar agua. Y achicar es una
de las principales funciones de la vahine. Vahine significa mujer en tahitiano, y dado que Char-
mian era la única vahine a bordo, le correspondía a ella la tarea de achicar el agua. Tahei y yo no
habríamos podido ocupamos de hacerlo, pues ambos estábamos colgados con parte del cuerpo
fuera de la batanga y bastante nos costaba evitar que la embarcación volcase. Por lo tanto,
Charmian tenía que achicar agua, empleando para ello una especie de cucharón de madera de
aspecto primitivo. Lo hacía tan bien que a veces podía descansar la mitad del tiempo.
Raiatea y Tahaa son únicas, en el sentido de que están en el interior de un mismo atolón. Ambas
son islas volcánicas, muy escarpadas, y con grandes picachos aserrados que se alzan hacia el cielo.
Dado que Raiatea tiene cuarenta y ocho kilómetros de circunferencia, y Tahaa veinticuatro, uno
puede hacerse una idea de las dimensiones del atolón en el que están. Entre ellas y el arrecife se
extienden una o dos millas de agua, formando una preciosa laguna. El inmenso océano Pacífico, a
apenas una milla, manda ininterrumpidamente unas olas gigantescas que se lanzan contra los
arrecifes. Se levantan salvajemente y caen con gran estruendo sobre las frágiles estructuras de
coral, las cuales absorben el golpe y protegen la tierra. Estar fuera significa la destrucción incluso
para el más grande de los navíos. En el interior reina la calma más absoluta, permitiendo que una
canoa como la nuestra navegue con un francobordo de apenas seis centímetros.
Nosotros volábamos sobre las aguas. ¡Y vaya aguas!: claras como las del más cristalino de los
manantiales. Y su transparencia se veía interrumpida por un enloquecedor espectáculo multicolor
y por franjas irisadas mucho más hermosas que cualquier arco iris. Verde de jade alternado con
turquesa, azul metálico con esmeralda, mientras la canoa surcaba sobre manchas rojizas y volvía a
pasar por zonas de un blanco resplandeciente en las que la arena coralina que había en el fondo era
surcada por grandes holoturias (o bichos de mar). También pasamos sobre un maravilloso jardín
coralino por el que peces multicolores revoloteaban como mariposas; a continuación seguimos
sobre la oscura superficie de las profundas aguas de los canales y manadas de peces voladores
salían del agua para iniciar sus plateados vuelos; y de nuevo estábamos sobre otros jardines de
coral, cada uno más hermoso que el anterior. Y ante todo estaba el trópico, viento alisio con sus
algodonosas nubes cruzando el cenit y marcando el horizonte con sus suaves masas. [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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